
Hace años que vengo intentando reconciliarme con el otoño. Con los días grises, la noche temprana, el frio que vuelve y la pena que se va alojando en el alma. Suelo preferir huir de la pena y habitar en un mundo de fantasía y calor tropical.
Hace unos años le regalé al mundo un otoño y le robé una primavera. Este 2020 él me robó una primavera y me regaló un otoño al que amar por fin. Y no lo amo al fin por las hojas amarillas naranjas y rojas, ni por las setas del bosque, ni por el olor a humedad. Creo que me empieza a gustar porque estoy aprendiendo a vivir el presente y a habitar lo que hay, habitar lo que es. Ya sea pena, fresco o recogimiento. Porque al fin entendí que no puedo desperdiciar la vida esperando la próxima primavera, el próximo viaje, el próximo fin de semana. Esperando que mañana sea un día mejor… No quiero volver a decir de nuevo “un día menos” sino que quiero transformarlo en “un día más”. Sea lo que sea lo que ese día contenga, siempre UN DÍA MÁS.