
Desde hace un par de meses, la mayoría del tiempo no se qué día es. Hoy me desperté con la luz del sol entrando por la ventana. Mi cuerpo se sincroniza con los ritmos de la tierra. Como cuando tengo hambre, me acuesto pronto porque al caer la noche me da sueño, y me levanto tras dejar que el sol se alce un poco para darme los buenos días. Hoy, al despertar, miré el teléfono y fui consciente de que era lunes.
Mire por la ventana. Un pacífico paisaje adornado con montañas y pinos se erguía ante mí. Algunos tejados, los gallos cantando a pleno pulmón, el ruido lejano de algún coche y una brisa fresca inundando la habitación. Me dejé caer de nuevo sobre la cama. Miré el techo manchado de humedades. Respiré hondo y pensé: “hoy es lunes Sheila, y mírate”.
Hace ya unas semanas, que tras la adaptación, me siento de lleno en el viaje, y el sentimiento más recurrente que tengo es el de plenitud y agradecimiento. Camino por los senderos húmedos del bosque y me siento afortunada. Me muevo con los baches de la carretera montada en un colectivo y me siento afortunada. Doy un bocado a un platillo delicioso y me siento afortunada. Recibo un abrazo sincero y me siento afortunada.
Me levanto cada mañana sintiéndome afortunada y dando gracias por estar donde estoy. Hay días, que esa sensación me traspasa tan fuerte que hasta me dan ganas de llorar.
El sueño que estoy viviendo ahora lo construí durante años en mi cabeza. Caminé hacia él, me esforcé, ahorré, cambié mis paradigmas y me enfrenté a mis miedos. Y ahora estoy aquí, y estar aquí se siente como el camino correcto. Se siente mi camino. Y no el de otros, no el que otros desean ni el que otros proyectan en mi. Es mi camino.
Ya hace más de dos semanas que estoy en el estado de Chiapas y aún no había escrito sobre este lugar. Estoy en San Cristóbal de las Casas. Una ciudad pequeña en la que se vive como en un pueblo. Las calles se distribuyen en cuadrícula alrededor de la plaza principal. El núcleo urbano se compone de casitas bajas pintadas en vivos colores. Las calles están adoquinadas y las aceras son altas, para no mojarse con las lluvias, y porque aquí los bebes no usan carritos. La cultura del pueblo se nota arraigada. Las mujeres y hombres visten de manera tradicional, dando un aspecto encantador a las calles. Ellas cargan con sus niños a la espalda, o frente al pecho, apretándolos fuerte contra si, ayudándose de una tela.
Los mercados bullen de vida, y los vendedores y vendedoras exponen sus productos para hacerlos atractivos a la vista. La fruta y verdura se dispone en pirámides, y quien atiende el puesto se encarga de ir echando un poco de agua sobre ellas para que luzcan brillantes. Las artesanías se muestran en tienditas. Prendas calentitas para protegerse del frio que provoca la altura (2.200 msnm) cuelgan por doquier. Artesanos venidos de todas las partes del mundo muestran sus abalorios y pinturas en medio de la calle. La ciudad bulle de vida, y la música se practica a la luz del sol y también a la de la luna.
La oferta gastronómica es infinita. Desde los elotes y esquites callejeros, hechos de maíz, que es la base de la alimentación en México. Las marquesitas dulces que hacen las delicias de los niños y adultos durante la noche. Pasando por cientos de restaurantes con deliciosa comida mexicana venida de todas las partes del país. Hasta los restaurantes más cuidados y especiales sirviendo comida delicada apta para cualquier bolsillo europeo que ande en busca de un capricho.
Esta región tiene carácter y tiene magia. La naturaleza aquí es exhuberante. Los árboles, lagos, cuevas, cascadas y ríos ganan la partida en Chiapas. Siempre hay un sitio cercano en el que empaparse de naturaleza.
Mientras se recorre la carretera, se puede ver algún caracol, que son las comunidades en las que se organizan los zapatistas. El movimiento zapatista nació en 1994 con la sublevación y el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Se levantaron contra las injusticias del estado y del neoliberalismo. Reclamaban libertad y dignidad para los pueblos originarios y para todos los pueblos oprimidos. El movimiento dejó las armas hace años, pero su impronta política se nota en las calles, en los locales, donde se pueden comprar productos para apoyar a la causa. Y también en el porte de la gente.
La gente en Chiapas es peculiar, y orgullosa de su arraigo. La gente en Chiapas es pacífica y te lo hacen saber a través de sus miradas y colocándose la mano en el corazón.
El otro día hice autoestop mientras esperaba a que pasase un colectivo. Al segundo de levantar la mano paró un coche. Iba en la misma dirección a la que nos dirigíamos, así que montamos en la parte trasera de la pick up. El viento chocaba furioso contra mi cuerpo, haciendo remolinos en mi pelo y augurando un peinado doloroso. La noche estaba cayendo, y el cielo mostraba toda su gama de naranjas y violetas proyectados sobre las nubes. La oscuridad ganó terreno, haciendo brillar a los planetas.
Cuando las primeras estrellas comenzaban a ser visibles, el coche paró. Su conductor, al que prácticamente no habíamos podido ver la cara nos preguntó donde íbamos exactamente. “Al centro” le dijimos. “Yo no voy al centro, porque vivo a las afueras, y ahora tengo que ir a dar de comer a mi caballo, pero si vienen con nosotros, luego mi amigo los acerca hasta el centro”. Me miro a los ojos, colocó su mano en el corazón y dijo: “no se preocupen, somos gente de paz”. Aquel hombre se llamaba Jorge y yo confié en el al instante.
Mientras recorres caminos secundarios, sin saber donde estas, en una camioneta en la noche cerrada, hay una parte de ti, en el fondo de tu cerebro, que quiere hacerte sentir miedo. Eso siempre está ahí. Sin embargo, yo elijo confiar, porque cada vez puedo decir con la boca más grande, que el 99,9 % de las personas en este mundo son buenas personas.
Jorge y su amigo Ulises nos llevaron a conocer a su caballo. Pudimos acariciarlo e incluso montarlo. Le dimos de comer, y como habían prometido, Ulises nos llevó al centro. Además de eso, nos ofreció su casa para dormir y su ayuda para todo lo que necesitásemos. Nos explicó que no querían dejarnos en la carretera porque ahora la zona estaba peligrosa. Había guerra entre algunos carteles de la droga, y pese a que no solían meterse con gente de a pie, si te cogía por medio no había piedad.
Antes de despedirse, y con los ojos vidriosos nos dijo: “Yo ahora soy amigo, pero antes de eso soy un ser humano, y como ser humano, actúo desde el corazón”.
Ojalá muchos seres humanos, actuando desde el corazón en muchas partes del planeta, podamos hacer de este mundo un lugar mejor.