
La primavera ya llegó. Eso atrae comienzos, y marca también finales. Las últimas 6 semanas estuve inmersa en una experiencia profunda. Una residencia espiritual. ¿Alguna vez habías escuchado ese término? Quizás estés familiarizada, o quizás sea tan extraño para ti como lo era para mi antes de llegar a San Cristóbal de las Casas.
México fue el país que elegí como primer destino cuando decidí salir de viaje, a empezar lo que iba a ser una vuelta al mundo. No preveía, que tras casi 8 meses de viaje y alguna que otra aventura en otros países, iba a seguir en este precioso trocito de tierra.
Ya he dicho en alguna ocasión que cuanto más viajo, menos planeo. Así que en septiembre, tras haber estado recorriendo durante un mes el caribe mexicano, comencé a mirar voluntariados por simple curiosidad. Entre la inmensa oferta, hubo uno que me cautivó. Ofrecían todo lo que yo, sin saber, andaba buscando… Meditación, yoga, clases, hypnoterapia, ceremonias de cacao… Y todo, a cambio de solo 17h de trabajo a la semana.
En el momento que lo vi, sabía que quería ir a ese lugar, que quería hacer ese voluntariado. Mandé la solicitud, y pese a que cada día ponía mucha energía en ese objetivo, nunca contestaron. Como no tenía un plan, ni nada que perder, decidí ir a esa ciudad de la que todo el mundo hablaba maravillas y tocar a la puerta de ese hostal llamado La Isla.
La decisión con la que llegué, se esfumó dejando paso a mis miedos e inseguridades en cuanto llegué al lugar. Aquel sitio, sin duda, tenía una energía especial. Me alojé como huésped, asistí a las clases y ceremonias que allí ocurrían, y me puse excusas cada día para no hablar con los dueños. Tras dos semanas, estando sentada en una clase de meditación que impartía Herb, el dueño, y el responsable del programa de la residencia espiritual, supe desde muy dentro que yo tenía que hacer ese programa. Él empezó a contar, cómo ese programa era su manera de devolver al mundo todo lo que el mundo le había dado. Cómo era su manera de ayudar a personas a despertar, a vivir sus procesos, a compartir sus dones, y así abrirles las puertas para ser parte del cambio que el mundo necesitaba. Una persona, haciendo que el cambio se multiplicase. Inspirando a personas, que a su vez inspirarían a otras y crearían así una marea imparable. La marea, que el mundo necesitaba.
Nada más termino la clase, me acerqué a él y a Alla, su compañera, mientras flotaba en una nube. Intentaba hablarles pero no me salían las palabras, mis conocimientos de inglés se esfumaron y me sentí como una tremenda inútil. Ellos me miraban con cara de “queremos entenderte” y por alguna extraña razón se decidieron a darme una plaza en ese programa al que aplicaban alrededor de 400 personas al mes.
Me ofrecieron una plaza en las siguientes semanas, pero yo ya estaba decidida a irme a California, así que quedamos en que nos escribiríamos para fijar una fecha.
Al final, la fecha se fijó para finales de enero, pero el Covid me pilló en Belize y el comienzo se retrasó hasta principios de febrero, demostrando de nuevo, que todo es perfecto. Ese retraso me dio tiempo para vivir experiencias que de lo contrario no habría vivido, y a la vez le dio la oportunidad a otra persona de ocupar mi puesto en el programa. Y es justamente esa persona, gracias a la que ahora vivo en la comunidad donde me he mudado ahora…Pero esa, es otra historia.
Antes de empezar el programa, todos me decían que iba a ser intenso, pero ninguna advertencia te prepara para tal viaje interior…
6:30 de la mañana.
La alarma suena, y yo desconcertada, intento descifrar por qué mi alarma está sonando a esa hora intempestiva a la que solo me levanto cuando tengo que salir de viaje. Miró a mi alrededor, las camas de los otros 5 voluntarios con los que comparto habitación ya están vacías. Ahora entiendo…La práctica de la mañana. Salgo corriendo al baño, no quiero llegar tarde, pero luego me recuerdo que me debo levantar con calma. Me cruzo con los demás voluntarios. No nos miramos a los ojos, no nos tocamos, no nos hablamos. Hasta después de la práctica de la mañana, permanecemos en silencio noble.
Bajo las escaleras, tecleo la clave del almacén, y cargo con dos mantas gruesas, una esterilla de yoga y un cojín de meditación. Cierro la puerta tras de mi y subo las escaleras de nuevo. Salgo a la terraza, a la mañana helada y busco mi lugar. Tras unos minutos suena un toque de gong. Eso indica que la práctica de yoga empieza. 15 minutos de saludos al sol. Para mover el cuerpo y vaciar la mente. Para empezar a entrar en estado meditativo. Mi mente no sabe lo que es ese estado y no deja de bombardearme con pensamientos. Otro toque de gong. Todos saltan de sus esterillas, las pliegan con rapidez y habilidad y se colocan en círculo para comenzar con los 30 minutos de meditación. Nunca en mi vida he meditado por un tiempo tan largo sin dormirme. Intento concentrarme en la respiración, ser consciente de lo que aflora en el centro del pecho. En cuanto me doy cuenta estoy pensando en si tengo fresas para añadir en mi desayuno. Concéntrate. Vuelve a tu respiración. Inhala en 5. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… ¿Contar es pensar? ¿De verdad hay manera de dejar de pensar? Ya estas pensando de nuevo. Sheila, empieza a meditar…
La sangre se va parando en zonas de mi cuerpo. No siento las piernas, pero a la vez siento un dolor terrible. Ni siquiera ha sonado aún el gong que indica que llevamos 15 minutos de meditación. ¿Qué clase de tortura es esta y que coño estoy haciendo aquí? Los 30 minutos mas largos de mi vida.
Suena el gong final. Me lanzo de lado contra el suelo. ¿Seré capaz de volver a caminar o tendrán que amputarme una pierna? Las caras de los demás se ven relajadas. Parece que han meditado. Muy lejos de mi realidad, que solo he estado sentada aparentando tranquilidad mientras luchaba contra mis pensamientos.
Durante las semanas siguientes, la sensación de que me van a tener que amputar una pierna continúa, pero milagrosamente, empiezo a tener algunos segundos de nada entre pensamiento y pensamiento. ¿Será que le estoy ganando terreno a mi mente? Algunos días esos espacios se vuelven más largos, otros mi mente no me da tregua. Pero yo, sigo levantándome cada día a las 6:30 preparada para la guerra, o más bien simplemente para la rendición. Con el paso de las semanas, disfruto ese momento y empiezo a entender qué es lo que la gente encuentra de mágico en el acto de meditar.
7:45 de la mañana.
La práctica de la mañana acaba siempre con una cita de algún personaje famoso. Tras exponerla, se espera de nosotros que hagamos un análisis de la misma y que expliquemos cómo se aplica a nuestra experiencia personal. Los primeros días, sufro ese momento. No me siento totalmente confiada con mi inglés para hablar de temas profundos, y a la vez me produce terror que mi respuesta no sea lo suficientemente inteligente. Así que adopto la técnica de sentarme por el medio del círculo. Así tengo más tiempo para pensar hasta que llega mi turno. Con los días y el crecimiento, aprendo a solo escuchar cuando los demás hablan y no importarme demasiado si mi respuesta será capaz de complacer a los demás.
8:00 de la mañana.
O corro escaleras abajo para esperar mi turno de trabajo o ayudo a colocar todo el mobiliario en su sitio de nuevo. Tenemos 4 turnos rotativos: mañanas, tardes, noches y un turno de dos horas en la mañana. Cuando acabas tu rotación tienes dos días libres. Los turnos de trabajo se basan en estar en la recepción, hacer desayunos, limpiar baños, estar atenta a que todo en el hostal esté en perfecto estado, gestionar imprevistos… Siempre con una sonrisa y desde una posición de servicio. Parece fácil. Adelanto que no siempre lo es.
¿Por qué no es fácil?
10:30 de la mañana.
Depende del día, preparamos el espacio para distintas actividades. Los días de yoga son un lujo para mi, me encanta asistir a esas clases. Las disfruto, me recargan, y además no viene mucha gente porque el espacio es limitado. Los lunes de meditación son más largos, la clase suele extenderse por encima de las dos horas, el espacio se llena. Con esas clases aprendes, y luego puedes seguir con tu vida e intentar mejorarla. Pero los miércoles y sábados…oh, esos días…Esos días tenemos ceremonias de cacao.
Antes de que todo empiece, los voluntarios picamos el cacao. Al principio intentaba hacerlo rápido. Luego, empezó a gustarme el proceso. A comprender su importancia. La importancia de estar trabajando con una planta medicina. Entonces empecé a dedicarle menos prisa y más amor. Lo convertí en meditación, y amaba sentarme con mi cuchillo y mi tabla de cortar. Le cantaba... El ritmo lo marcaban los golpes del cuchillo y mi voz hacia el resto.
Cerca de las 11 de la mañana la gente se acomoda en el espacio, preparado con cojines y mantas. Y mientras Herb comienza a explicar cómo funciona el cacao, los cambios de conciencia que puede traerte, los demás vamos colocando las dosis ceremoniales en las tazas de barro. 42,5 gramos de cacao y un poco de agua caliente obran la magia. Las tazas se reparten entre los asistentes. La suerte está echada. El cacao no es como otras plantas medicinales que te empujan al proceso. El cacao es gentil. Ella abre la puerta, tu decides si pasas el umbral.
Mi primera ceremonia estando en el programa. Herb empieza a hablar. Me conecto con lo que dice, lo analizo con mi mente. Pero poco a poco esa parte racional se va apagando y su voz es solo un hilo que me conecta con el mundo físico. Por dentro mi conciencia está en otra parte. Observa. Observa a mi cuerpo, que empieza a sentir un hormigueo constante que recorre todas mis extremidades. Me tumbo. Impulsos eléctricos empiezan a recorrerme de cabeza a pies. Mi cuerpo se sacude. Alrededor se oyen gritos, lamentos, a veces risas. Todo se funde en una danza de emociones siendo sacadas a golpes. Sin darme cuenta, han pasado dos horas y media y la voz que me guía me invita a volver al mundo “real”. ¿Qué coño ha pasado?
Me levanto del suelo e intento ayudar a recoger el espacio, que está salpicado de gente que se va y gente que sigue en su proceso. Dos pasos…Me vuelvo a tumbar. Ha sido demasiado intenso como para poder moverme. Estoy desconcertada. Una compañera se acerca a mi y me toca la rodilla. Rompo a llorar. Y no paro de llorar en dos horas. Cada vez que alguien me abraza les derramo mi rio en sus pechos. Lo más gracioso. Ni idea de por qué lloro.
En algún momento de la semana me toca ir a la oficina de Herb. Tenemos sesiones semanales de hipnoterapia. En la primera testea mi “capacidad” para ser hipnotizada. En ese momento no creo en que alguien tenga la capacidad de hipnotizarme. Tras algunos tests, me encuentro con los ojos cerrados. Él me repite que mi mano es como una pluma, y que se va a levantar, siendo cada vez más ligera. Mi mente me repite que no vamos a mover esa mano. Casi 10 minutos, y me siento orgullosa de no haber movido ni un dedo. Pero de repente, un dedo empieza a moverse, muy despacito… Le sigue la palma, le sigue el brazo y cuando me quiero dar cuenta mi mano está justo donde el la trataba de dirigir, al centro de mi frente. ¿Cómo ha sido eso posible? Parece que si tengo capacidad para ser hipnotizada.
Cada sesión, una elección… ¿Vamos a por algo fácil o le atacamos a un trauma? Solo un día, rogué que ya no más traumas. Mi cuerpo no se sostenía, del cansancio, de las emociones, de la enfermedad. El resto, me los pasé mirando un palo que me producía dolor físico, que me arrancaba en llanto, que me acercaba a ataques de pánico, que sacaba a la luz cosas que ni siquiera sabía que estaban dentro de mi.
Además todas las semanas debíamos cumplir objetivos personales que nos marcábamos, así como los objetivos el programa. En el programa trabajábamos con algunas otras herramientas además de las nombradas. Todos los días, debíamos hacer tests para practicar los conocimientos que recibíamos en las clases. Estudiábamos el Tao Te Ching. También practicábamos una técnica 50 veces al día que nos permitiría comenzar a tener sueños lúcidos. Trabajábamos con autoterapia de sueños y también con técnicas de agradecimiento y reprogramación del subconsciente.
Y esa, es la razón por la que el trabajo, pese a que requería pocas horas no era fácil. Porque la mayoría del tiempo debías estar haciendo algo más, y porque el resto querías llorar por los rincones o pretender que tenías una vida normal.
Ese programa, salido de la nada y que me acogió en el momento perfecto, me cambió. Me ayudó a reconstruirme. A ser disciplinada pero no exigirme tanto, a des identificarme con mi imagen, a intentar dejar de dar importancia a lo que pensasen los demás. A encontrarme con mis sombras, reconocerlas, abrazarlas y no tener miedo de mostrarlas. Me enseñó a sostener el espacio para otros, a guardar silencio, a escuchar de verdad