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Me gusta tanto la vida que tengo miedo a morir

Actualizado: 17 ene 2022


Ayer, posé mis manos sobre la lava solida que estaba besando el mar.

Miré al horizonte respirando salitre y oliendo a tormenta.

Pegué mi piel a la roca negra, cerré los ojos y pedí.

Oré a Pele, la diosa de los volcanes, a la tierra, a los vientos.

Les pedí con cariño, por la gente que amo, para que sus penas fuesen menos.

Que éstas pudiesen escurrirse hacia el subsuelo, para acabar derretidas en los orígenes de aquella roca sobre la que ahora posaba mis manos.


De repente, un pensamiento me atravesó como un rayo.

No estaba pidiendo por mi , y eso me hizo imaginarme una vida en la que yo no existiese.

Cada vez que imagino que no estoy mi corazón se acelera.

Mi ser se enraíza fuerte a la tierra.

Se agarra con uñas y dientes a esta vida que es suya pero sobre la que no tiene poder.

Una vocecita muy consciente me habla desde adentro.

Es hora de soltar el control.

Es el trabajo que queda por delante.


No puedo saber cuándo voy a morir.

No tengo control sobre la muerte.

Tampoco lo tengo sobre la vida.

Pero sí lo tengo, sobre cómo decido vivir cada día.


Despegué las manos del suelo.

Metí los pies en el océano.

Dejé que las olas bravas se llevasen mis penas y revolviesen mis pensamientos.

También le doné algunas gotas saladas al mar.


Mientras las olas me rompían, mis miedos decidieron aflorar por las grietas que estas creaban.

Una pequeña parte de mi me imaginó volviendo a casa.

A la seguridad y a la rutina.

A ese lugar donde la muerte parece más lejana porque estamos menos conectados a la vida.


Mientras mis pies se hundían más y más en la arena con cada embestida, recordé cómo me sentía en ese lugar seguro.

En la seguridad de mi hogar, a mi me faltaba el aire.

Mi cuerpo me gritaba que aquel no era mi sitio, y mirar tras la misma ventana cada día para mi se sentía jaula.


Miré a mi alrededor.

El cielo vestía plomizo, la arena dorada se mezclaba con la roca negra.

Los cocoteros se mecían con el viento dibujando sus perfiles sobre el encapotado horizonte.

Las olas seguían rompiendo sobre mi.

Y mientras sentía un profundo miedo a la muerte, grité para mis adentros,

¡Qué bonito es estar viva!


Qué bonito elegirme, y sentirme ganadora.

Qué bonito sorprenderme cada día.

Elegir mirar al mundo con la inocencia de una niña.

Reconquistar mi tiempo y perseguir un sueño.

Llorar sin vergüenza y reír sin prejuicios.


Qué bonito desaprenderse y dejarse volver a aprender.

Qué bonito mirar a los miedos de frente.

Poderlos expresar.


A mi me gusta tanto la vida, que le temo a la muerte.


Me gusta tanto la vida, que decidí bebérmela a litros y comérmela a bocados.

Porque se que es efímera.

Porque se que hoy estoy aquí.

¿Pero dónde estaré mañana?


A mi me gusta tanto la vida, que me lanzo a ella salvaje, con el pecho descubierto.

No soy yo de armaduras.

Más de abrirme en canal.

De dejar que todo entre y también que todo salga.


A mi me gusta tanto la vida, que tengo miedo a morir.


Pero como control sobre la muerte no tengo,

Voy a dedicarme a vivir.

Porque joder, ¡que bonita la vida!

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