
Estoy en la cama tras un duro día de trabajo. Es curioso como cambiaron mis tiempos en el último año y medio. Son las 9.15 PM y mis ganas de irme a dormir laten desde hace una hora. Mi cuerpo se adaptó al mundo de cenar cuando en España se merienda e irse a dormir cuando allí estaría dando un bocado en la noche. Lo de madrugar ya es otra cosa. Nunca me sentiré a gusto viendo un número inferior a 8 en el reloj de mi teléfono.
Australia me está dando muchas cosas, y muy poca intimidad. Comparto habitación con una compañera de trabajo, como si los tiempos adolescentes hubiesen vuelto a nuestras vidas. Buscando entre nuestros horarios de trabajo para ver cuando tendremos la habitación para nosotras solas. Me hace recordar mucho a la juventud, esperando los días para que los padres se fuesen de casa. Los altos alquileres en Australia y la escasez de los mismo nos han traído hasta este punto. Y honestamente, no puedo estar más feliz de encontrarme donde me encuentro.
En esta casa reina el ajetreo y el orden brilla por su ausencia. 10 personas compartiendo cocina y salón. Ninguno de nosotros es el que deja los platos sucios, ni los vasos de las cervezas de la noche anterior. Las neveras rebosan de comida que ya ningún estómago podría soportar y siempre se escucha el murmullo de alguien teniendo una conversación. Pero nunca falta el abrazo, ni la sonrisa, ni alguien deseándote buenos días o buenas noches. Las ofertas para traerte algo del super, o las nuevas adquisiciones en la caja de las cosas gratis… Pan que tiran en el supermercado, croissants que no se comen los huéspedes, vino que sobra en el bar… Propuestas para una cerveza, o un rato en la playa, o espacio para alguna confidencia. Es bonito sentir que se crea familia estando lejos de casa.
Vivimos en un pueblo pequeño al que se puede ir caminando a prácticamente a todos lados. Estamos rodeados de playas, de puertos, de bosques, de casas pequeñas… Aún no sé muy bien que entresijo del destino me trajo a este lugar, pero cada día doy gracias por haber decidido no quedarme en la ciudad.
Aquí siento que estoy experimentando la verdadera esencia del país. De un país enorme lleno de pueblos perdidos, de esos en los que no pasa nada pero que tienen kilos de esencia. Lugares salvajes, con centros médicos lejanos, sin vida nocturna pero con exuberante naturaleza.
Aquí voy aprendiendo de las personas que habitan el país. Personas tremendamente educadas, abiertas a nuevas caras, nuevos acentos y nueva información. Cada día 20 personas nuevas intentan averiguar de dónde vengo. Por algún motivo la mayoría me atribuye origen francés. A veces no me entienden cuando les hablo tras la barra del bar. Debe ser tu acento, me dicen. O debe ser el tuyo, pienso yo. Yo creía que hablaba muy bien inglés hasta que vine a Australia. Y me di cuenta que solo hablo bien el inglés de las pelis. Lo de entenderles a ellos es un máster a parte, en el que me voy aplicando un poco más cada día. Uso mucho eso de simplemente sonreír, como si me hubiese enterado de la retahíla que acaban de dedicarme con encanto, y rezo para que no me estén hablando de algo que no merece la sonrisa.
He viajado a muchos países, y en la mayoría de ellos, la gente local es simpática. Pero aquí, las personas realmente quieren conocerte y hacerte parte de su vida. Es relativamente fácil hacer amigos australianos y que te incluyan en alguna de sus aventuras. Porque sí, aquí todo el mundo se crió a lo salvaje.
El otro día, hablando con mis padres, les decía que aquí los niños no nacen con un pan bajo el brazo como en España, aquí los niños vienen al mundo con una tabla de surf, un harpón y un equipo de camping.
La gente disfruta de la naturaleza a lo grande. El que no tiene un barco con el que sale a pescar, tiene un equipo entero de neopreno y arpones para salir a bucear y pescar la cena. Quien no tiene una camper van, sabe todos los entresijos sobre acampar en el bosque… Y el que no tiene una tabla de surf…Bueno… Todo el mundo tiene una tabla de surf…
El tipo de gente salvaje que a mi me fascina, aquí son la mayoría. El entretenimiento nacional es salir a hacer cualquier plan de aventura, encender hogueras en la playa, y por encima de todo, hacer barbacoas. No hay pueblo o playa que no tenga barbacoas públicas. Pero no barbacoas de pacotilla. Mega barbacoas a gas, gratuitas para el libre uso de quien las precise. Hacer barbacoas se cuenta como un derecho, tan necesario como el derecho a la educación o a la atención médica.
En este inmenso país, además se enorgullecen de producir la mayoría de la comida que consumen: vegetales, carnes, frutas y lácteos. Y que no se pasen por alto la infinidad de marcas de cerveza y de vinos deliciosos. Las granjas son algo muy común, y a la que te descuidas conoces a alguien que tiene ovejas, vacas o campos de vete tu a saber qué.
El otro día conduje una moto de cros por las colinas de una granja. Dándome cuenta que las prácticas con moto de marchas en Costa Rica, sirvieron de algo, y que ya quedaron atrás los días en los que “aprender a conducir una moto” esperaba a ser tachado de mi lista de deseos. Conducía entre ovejas, a las que cuando les agitabas un balde con pienso salían corriendo en manada tras de ti. Ese día acabé rebozada en saliva de vaca y oveja. Pero tremendamente feliz de vivir algunas escenas que ni siquiera podía pintar en mi imaginación.
El atardecer, en esta parte del mundo, tiene algo que atrae a los canguros. Y no es raro verlos en grandes grupos pastando por cualquier campo o incluso por cualquier jardín. Hay miles. Y lo que para la gente aquí es normal, a mi me sigue pareciendo una escena de cuento. Me quedo embelesada mirando. Y si voy en el coche con alguien, les obligo a parar para admirar la escena. Para ellos es gracioso que me emocione tanto. A mi me emociona verlos, y me emociona poder seguir emocionándome con nuevas cosas. Porque cuando uno viaja mucho, poco a poco pierde la capacidad de sorprenderse. Pero aquí en Australia, por suerte, casi todos los días sigo sorprendiéndome.
A veces, cuando estoy en el trabajo, desde donde veo la playa, familias de delfines deciden pasarse por la bahía, y saltan, y hacen piruetas ante nosotros. Otros días, mientras hago snorkel veo mantas rayas gigantes y algún tiburón. Otros, alguna serpiente cruza la calle, o un grupo de focas se asolean ante mi. Amo la variedad de fauna, y las aguas claras, y las montañas de verde infinito que no esperaba encontrar aquí.
Este país, me va atrapando poco a poco con su danza, con su bienvenida cálida y con la cantidad de oportunidades que ofrece.