Uno no siempre se encuentra bien, aunque esté en el paraíso.
Mi imagen de paraíso se compone de aguas turquesa y palmeras en la costa. Cuando salí de Holbox fui a Cancún a encontrarme con dos amigas y desde allí cruzamos hacia Isla Mujeres.
Cuando pensé en mi semana de retiro a la llegada a México, esta isla pasó por mi cabeza como posible hogar para unos días. Cuando la miré desde la vista de satélite deseché la idea, pues se encontraba prácticamente construida en su totalidad, y la sobreexplotación de los lugares que visito es algo que normalmente me pesa. Y pesó.
Cuando llegamos al hostel, alejado del pueblo, y que se suponía se encontraba en una zona tranquila, nos dimos cuenta de que allí podríamos tener muchas cosas, pero desde luego no tranquilidad.
El hostel era muy bonito y se situaba justo frente al mar, donde contaba con una piscina, camas, hamacas y un bar. Nos pareció impresionante, pues ese tipo de sitios solían ser del tipo de los que nuestros apretados bolsillos no pueden pagar.
La primera tarde, comenzamos a acusar la falta de sosiego. Si en mi anterior destino me pasaba todo el día escuchando el silencio, los animalitos y el rumor del mar, aquí era imposible escuchar algo más que no fuese música.
La música sonaba sin parar. En el hostel, en los clubs aledaños, en los barcos… Allí se hacía evidente la necesidad del ser humano de tapar sus silencios sin quererse escuchar. La falta de silencio, el dormir poco, las emociones intensas, el comenzar a extrañar… Todo ello hizo que algo dentro de mi quisiese gritar. Me acosté una noche con pequeños nuditos recorriendo mi cuerpo. Al día siguiente, temprano, mientras hacía yoga en el muelle las lágrimas comenzaron a querer brotar. Las reprimí, dejando que solo unas pocas se deslizasen por mi rostro, pero solo hizo falta un pequeño gesto de apoyo para que comenzasen a fluir sin filtro alguno. El llorar es para mi un acto liberador. Me calma, me desata, me trae paz y me da hambre. Y todo lo que da hambre está bien en esta vida.
A veces lloro con motivos, la mayoría sin encontrar una razón concreta. Pero si lloro se que todo irá bien, porque si lloro fluyo, y si fluyo las aguas no se quedan estancadas en mi interior. Porque cuando las aguas se estancan huelen y crían bichos.
A nadie le gusta bañarse en agua estancada, así que procuro que mi cuerpo, que es el único templo que tengo y mi alma que lo conduce, se parezcan más a un rio o a un mar. Aquel día lloré por todo y por nada. Por las decisiones tomadas, por los miedos, por los nuevos tiempos, por lo dejado atrás…Por la lejanía, la futura falta de abrazos, la ansiada vida sin plan. Lloré por la llegada de la luna llena, por el poco sueño, y por la incertidumbre del qué será.
Lloré por todo y por nada, pero lo importante fue que pude llorar.