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Descalza en Belize



He extendido la estancia en Belize. Mi visa expiró y pedí una nueva. Un mes no me pareció suficiente en un país que muchos de los mochileros evitan y tantos otros visitan no más de una semana. Sus altos precios no son amables con los viajeros de bajo presupuesto. Y los que deciden darle una oportunidad no siempre saben comprender lo que sus capas externas esconden.


Yo no quería venir a Belize, pero acabé aquí traída por los vientos de la vida. Un vuelo barato a ciudad de Belize fue mi escape perfecto de EEUU. Tras días buscando la manera de salir de allí e intentando decidirme sobre el próximo destino, al ver ese vuelo en mi pantalla del ordenador sentí calma. Sentí que ahí era. Así que no me lo pensé dos veces y reservé el vuelo.


Aquí pasé mis primeras navidades lejos de los míos y fuera de casa. Y se sintió bien. Todo lo que tenga como escenario palmeras y mar, se siente bien para mi. Incluso si implica cenar pizza en nochebuena.


Mi nochebuena fue calurosa, compartiendo mesa con un profesor de antropología que había sido parte de la revolución mexicana de Oaxaca. Sus historias fueron mi regalo de Papá Noel. También los tambores que sonaban a un ritmo frenético. Y el señor que bailó conmigo hasta abajo en la arena de la playa apoyado en su bastón. Y la familia que me invitó a cerveza. Y la luna que salió regordeta y brillante asomando por el mar. Mi regalo también fue mirarme, y comprender que en mi camino había aprendido a hacer casa lo que llevaba en mi interior.


De Hopkins, el pueblo donde pasé las navidades, me llevo su calma. Sus casitas de colores a pie de playa. La gente que quiere hacerte de su familia nada más conocerte. Sus fuertes raíces garífunas, nacidas de la mezcla de los esclavos cimarrones y los habitantes caribeños. Sus aguas calmas. Su comida deliciosa. El alma del lugar.


Tras una bonita experiencia en un pueblo que me enamoró, decidí poner rumbo a Caye Caulker, una isla famosa por su ambiente mochilero y su vibra tranquila. Me siento muy agusto viviendo entre calles de arena, una vida sin coches. Aunque aquella pequeña isla no fue el flechazo que esperaba, pronto aprendí a amarla. Y en este caso, no fue el lugar el que me gano, fue la gente, que hizo de mi estancia en aquel lugar una experiencia mágica.


Yo suelo decir, al que me pregunta sobre el hecho de viajar sola, que viajando sin compañía nunca se está sola. Pero eso no es del todo verdad. Hay muchos momentos de soledad. Muchas presentaciones y muchas despedidas. En este periplo en solitario se conoce muchísima gente, mucha más que si se viajase junto a otra persona. Normalmente, la gente que se conoce durante el viaje es muy interesante, y es fácil tener buen rollo porque todos estamos en la misma.


Lo que no es tan fácil es conectar de manera profunda con otras personas. Con suerte lo haces con algunas. Y si tienes mucha suerte, esa conexión de almas se da entre varios seres humanos a la vez. Es entonces, donde de repente se crea una pequeña familia lejos de casa. En ese momento sientes, que de algún modo, vuestros caminos estaban destinados a cruzarse, y sabes con certeza, que cuando dices “nos volveremos a ver”, no es una frase hecha. Porque esas personas, pasan a formar parte de ti para el resto de tu vida. Y por muy lejos que estén y mucho tiempo que pase, sabes que la vida y el esfuerzo común harán que os volváis a juntar de nuevo.


En Caye Caulker fui dichosa con una pequeña familia recién formada. Un núcleo duro que se convirtió en mis uñas y mi carne. Personas a las que amé, con todas las letras, en mayúsculas y subrayadas. Y con estás personas, a las que amaba como si las conociese de otras vidas, recibí el año 2022.


Recibí el año descalza, pues dejé de usar zapatos al día siguiente de llegar a la isla. Lo recibí descalza porque no hacen falta zapatos en las calles de arena, pero también lo hice, porque andar descalza para mi es un acto revolucionario.


Cuando era niña siempre me quitaba los zapatos cuando andaba por casa y siempre recibía la misma reprimenda: “no vayas descalza que te vas a constipar”. A mis pies, como a los de tantos niños y niñas, los encorsetaron con zapatos, calcetines e ideas absolutistas. Cuando empecé a viajar por Asia, las normas sociales me obligaban a quitarme los zapatos para entrar a casas, templos y tiendas. Allí comprendí, que ninguna idea de lo correcto es absoluta, y dejé de usar zapatos en mi pequeña intimidad. Pero no conseguí hacer nada por los niños que me rodeaban y se querían descalzar.


Hace años que declaré la guerra a los tacones y me presento a las bodas en sandalias. Pero vestirme para una noche especial y no ponerme zapatos… Nunca había hecho eso, y tenía que ser sin duda mi inicio de 2022. Porque empezaba el año desafiando a la idea de muchos de lo que la vida debe ser.


Me vestí con falda larga y encaje, y fui a cenar con los pies descalzos y el esmalte de uñas descascarillado. Pude notar la arena compacta bajo mis pies, las zonas húmedas que recordaban a los ratitos de lluvia, los trocitos de coral que se apretaban contra la carne. Me sentí conectada con la tierra cuando recibí el año sin uvas pero teniendo gente a la que amaba para abrazar. Lo sentí mientras bailaba desinhibida en la playa, soltando la tensión de aquel año que acababa de terminar. Lo sentí mirando el amanecer, mientras unos brazos me rodeaban y un nuevo mundo lleno de nuevas verdades se levantaba ante mi.


No puedo evitar pensar en cómo comencé el año 2021. Después de la fiesta, tuve un ataque de risa, que duró más de una hora de reloj. Mi risa salía de adentro, de lo más profundo de mi ser. Mi inconsciente debía saber de qué se reía, pero no así mi yo consciente, que quería parar y no lo conseguía. Cuando conecté ese momento con el inicio del 2022 sonreí pensando que la Sheila que iniciaba el 2021 sabía cómo iba a iniciar Sheila el 2022, siendo feliz en una isla de Belize. Comprendiendo que la vida es más sencilla de lo que nos contaron, y que el esfuerzo que realmente trae recompensa es el que se hace por encontrar nuestro propio camino.


Y cómo no reírse ante un inicio de año tan prometedor. Un inicio de año que es una oda a la libertad. A una vida de pies descalzos, de poca necesidad de ropa, de tiempo para una misma, de sueños por cumplir. Una vida en la que los miedos se enfrentan y en la que cada día me acerco un poco más a mi.


Así que aunque sea tarde, feliz año 2022. Te deseo que puedas andar descalza, que inicies tu propia revolución, que sientas paz en el camino y que vivas de una vez por todas por ti. Escucha adentro… Retira capas… Que nadie más, a parte de tu misma, sabe qué es aquello que tiene el poder de hacerte feliz.


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