
Ayer hizo 6 meses que empecé mi viaje. Medio año que se ha pasado en un suspiro y que a la vez está lleno de millones de experiencias. Durante estos meses, la sensación que prevaleció fue la felicidad y la paz. Me sentía en harmonía.
En estos 180 días mi vida ha dado un giro de 180º. De una vida normal, a una vida nómada. De un trabajo estable a trabajos no retribuidos en los que he aprendido decenas de habilidades diferentes. De tener libre los fines de semana y esperar las vacaciones a vivir siendo dueña de mi tiempo… Ser consciente de ese cambio me ha hecho llorar de felicidad más de una vez.
Amo ser feliz, amo estar en paz…Pero cuando llevo sintiéndome así durante mucho tiempo se que en algún momento explotaré. Que en algún momento se abrirá una grieta en mi por la que se escaparan otras emociones, y por donde los bloqueos y traumas que se esconden en mi interior saldrán a la luz. Hace unas semanas esa grieta se abrió y me resquebrajó por dentro, dejándome sin ideas sobre como soldar las piezas. Sentí tristeza, pena, rabia, confusión… Me sentí vulnerable de nuevo.
Pero… ¡Qué oportuna la vida! ¡Qué sabia! Porque es en este preciso momento donde necesito sentirme vulnerable, para dejar que todo salga.
Estoy de vuelta en México, concretamente en San Cristóbal de las casas. Este va a ser mi hogar durante los próximos dos meses. Y me quedo aquí por una razón: un programa de crecimiento espiritual.
La primera vez que vine a esta ciudad, lo hice porque vi en workaway, la plataforma desde la que suelo aplicar a los voluntariados, un lugar que me enamoró. Un pequeño hostal llamado La Isla. Intercambiaban trabajo por cama y diferentes actividades de crecimiento espiritual. Les mandé una solicitud, y cada noche antes de acostarme intentaba materializar su respuesta afirmativa diciendo que me aceptaban en el programa. Nunca contestaron. Así que decidí venir y tocar a la puerta. Tras varias semanas alojándome en el hostel, la estrategia funcionó y conseguí una plaza en el programa para dentro de unos meses.
Hace una semana que empecé. Y está es una de las oportunidades más grandiosas que he tenido en toda mi vida. No puedo explicar la cantidad de regalos vitales que recibo a cambio de unas horas de trabajo. Los requisitos son estrictos, y se requiere compromiso y disciplina. Nos levantamos a las 6:30 cada mañana practicando silencio noble. Hacemos yoga durante 15 minutos para preparar el cuerpo para la meditación. Después los demás meditan, mientras yo me siento, cierro los ojos y me vuelvo loca intentándolo. Los días siguen con turnos de trabajo, clases, más yoga, más meditación, ceremonias de cacao, hipnoterapia, terapias de grupo, trabajo en objetivos personales y grupales…
Me gusta la vida de hostel… Estar rodeada de gente interesante, recibir a los huéspedes, formar parte de algo… Relajarme entre rincones con encanto y caer rendida en mi cama a las 11 de la noche. Me tocó la litera de arriba, y aunque no son mis preferidas, aquí duermo como una roca… El cuerpo no deja opción tras el trasiego del día.
Mi pasatiempo preferido es pasear por las calles y perderme en el mercado. Un laberinto lleno de color donde los vendedores se afanan por presentar sus productos de la manera más apetecible. Me siento en casa, porque ya tengo la tienda donde compro las hierbas, y mi lugar favorito para los aguacates, y se quién es señora que vende las mejores fresas, y dónde está el pan más rico de la ciudad.
También mi bar preferido, con música en directo, y donde ya abrazo a gente al entrar. Allí voy a bailar y a beber kombucha…Porque parte de mi proceso es también dejar de beber.
Y todo esto era para explicar por qué he desaparecido de las redes y porque probablemente lo siga haciendo durante un tiempo. Tengo demasiado trabajo que hacer dentro de mi. Y después de este proceso quiero renacer más libre, más sabia y más feliz.