
Qué necesarios son los momentos de soledad. Aquí anochece pronto, y la vida se calma con la caída de la noche. Se come algo, se toma un té, los niños se acuestan, y yo me retiro a mi preciosa cabaña. Veo como mis pies pisan las tablas de madera, y cuando la vista se alza siento que estoy en un sueño.
La cabaña donde ahora vivo ha paseado por mi mente durante mucho tiempo. Tengo una habitación espaciosa, con colchón en el suelo. La miro y la amo. Está llena de paz, y tras unas poquitas horas en ella ya la siento mía. Frente a mi habitación un porche con vistas a la jungla. Con hamaca y sillón e incluso una mesita. También hay una estantería, donde pongo mis zapatos en alto para que los perros no se los coman.
En la estantería también guardo mi cubo del pis. Sí, un cubo donde hago pis. Un orinal. Recuerdo que en casa del pueblo de mis abuelos lo usábamos durante la noche, porque había que bajar demasiadas escaleras para llegar al baño. Aquí, esencialmente no hay un baño donde hacer pis. Mi baño es la jungla. Y esta jungla, para hacer pis de noche, no mola nada. Serpientes, ranas, insectos… Prefiero mi cubo del pis a un encuentro fortuito.
Soy una mujer de selva que odia los bichos. Hace unos días que me fui de la jungla de Hawaii. Aquella jungla la disfruté doble porque sabía que no había serpientes, ni ningún animal potencialmente peligroso. Sin embargo la selva de Belize es diferente. He llegado hoy y ya han venido a conocerme algunos de sus habitantes. Las que se han presentado de una manera difícil de olvidar han sido las hormigas guerreras. Están por todas partes, por lo que es muy fácil cruzarse en su camino. Si lo haces, no dudan ni un segundo en subir sobre ti e inyectarte su veneno, que te hace sentir un dolor terrible durante varios minutos.
Ha habido un par de picadas de bienvenida. Luego, cuando me disponía a ducharme (en la ducha exterior) he empezado a sentir un dolor tremendo por todos mis pies y piernas, he tirado las cosas al suelo y me he liado a hostias con lo que fuese que tenía encima. Eran las hormigas, y me han picado a lo bestia. He cogido la luz para explorar el área de la ducha. La habían colonizado. Así que hoy no ha habido ducha.
Mi cabaña, está a unos 100m de la casa principal. Cuando cae la noche, no hay ninguna luz, así que recorro el camino con un frontal esquivando sapos enormes. No, a ellos, pobres, tampoco les tengo demasiado aprecio.
No he podido evitar la tentación de quedarme un rato en el porche, con un té y leyendo un libro. Los grillos cantando, el día refrescando, las estrellas apareciendo entre las nubes… Palometas volando hacia mi, mosquitos atacando y ranas saltando a mi puerta.
Soy una mujer de jungla a la que no le gustan los bichos.
Así que amo mi habitación por dentro.
Ayer dormí en el único hostel que existe en la ciudad de Belize. Sí, el único. Cuando en el aeropuerto de Los Ángeles vi a una chica con mochila esperando en la misma puerta que yo supe que íbamos a dormir en el mismo lugar. Así que, como iba dispuesta a buscar a alguien para compartir taxi, no dudé en preguntarle. Y sí, obviamente íbamos al mismo alojamiento. El único en toda la ciudad que una mochilera se puede permitir.
Ayer amé volver a sentir el ambiente de hostel. Mucha gente, que no se conocían entre ellos hasta hacia 10 minutos, todos de diferentes lugares del mundo, sentados en la misma mesa compartiendo conversación y experiencia.
Volver a usar un hostel después de dos meses alojada en casa de otras personas me hizo sentir que volvía al viaje, pero más lo he sentido esta mañana cuando me he visto inmersa en un mundo nuevo.
Me he levantado temprano para ir a la estación de autobuses y comprar un billete hacia el sur del país. Ayer llegué de noche, y el hostal estaba alejado del centro, así que no pude ver nada. Hoy, al llegar a la estación y verme caminando de nuevo por calles mal pavimentadas, con frutas en las aceras, y gente afrodescendiente caminando a mi alrededor he empezado a sentir la salsa en el cuerpo de nuevo. Unos minutos después, cuando he notado que los niños me miraban como si viniese de otro planeta, he sentido claramente que sí, estaba en EL VIAJE de nuevo.
Tras ese momento, me embarcaba en un trayecto de 5 horas en un bus destartalado. No se que esperaba, pero mi planteamiento de viaje era poder escribir en el bus, quizás ver una peli…Hasta iba preparada con mi chaqueta y mi foulard, porque a día de hoy aún no soy capaz de aguantar los aires acondicionados de los transportes públicos. Cuando ha llegado el autobús me he reído de mi inocencia y me he dado cuenta de que los últimos meses había viajado demasiado por países modernizados.
Mi viaje de 5 horas iba a transcurrir en un destartalado bus de hojalata. De asientos ajados, de esos que parecen cómodos hasta que llevas 15 minutos sentados en ellos. De ventanas difíciles de abrir pero con las que agudizas el ingenio porque sino te ahogas, en un clima tropical, dentro de tus vaqueros y tu mascarilla obligatoria.
No voy a mentir, el viaje se ha hecho largo. Lo he pasado dormitando, leyendo un poco, mirando por la ventana, intentando entablar conversación con los pocos que se sentaban a mi lado.
Cuando busqué información sobre Belize, me di cuenta que la mayoría de su territorio estaba muy inexplorado por parte del turismo, y es por eso que me decidí a venir, porque quería descubrir esa Belize desconocida. Esperaba pocos turistas, pero la realidad es que en mi bus no había ninguno. Mi pelo rubio destacaba entre todas las cabezas de pelo negro que se sentaban en el autobús. Algunas con el pelo rizado rebelde que caracteriza a las personas negras y que cada uno doma a su manera. Trenzas, rastas, moños, coletas, pañuelos es la cabeza… Otras con pelo liso, fuerte y de un negro brillante, que crece de las cabezas de las personas mayas que habitan la región.
Sin quererlo, destacaba entre todo el autobús, y no se si por deferencia o rechazo eran muy pocos los que entre las subidas y bajadas del bus se sentaban a mi lado. Cada vez que parábamos en una estación, nos hacían bajar del vehículo y desinfectaban todos los asientos, pero luego no importaba que nos hacinásemos 5 minutos después. En una de las paradas, ha subido mucha gente, y una familia, sin tener mucha opción ha tenido que sentarse a mi lado. Los asientos están hechos para dos, pero allí hemos “cabido” cuatro. Una madre, dos niños y yo. Piel con piel sin ningún remedio. Su sudor era el mío y viceversa. He viajado durante horas con las piernas encogidas y el cuerpo ladeado para poder dejar más espacio. Tras varias horas he dejado de sentirme el culo, preguntándome seriamente si mi sangre estaría siendo capaz de llegar a ese lugar.
Tras ir viendo como el bus se vaciaba y como a los lados de la carretera se empezaban a ver casas de estilo maya, con sus tejados de palma y sus hamacas como único mobiliario, lo único que me preocupaba era bajar en la parada correcta. Sigo siendo yo, así que obviamente no lo he hecho.
He bajado al ver una casa rosa. Era donde iban a recogerme las personas que me están acogiendo en su casa. No era esa casa rosa la que yo estaba buscando. Por suerte había un restaurante cerca y he podido pedir el wifi. Así que de esa manera he llegado a una familia encantadora, a mi cabaña de cuento y a esa jungla que amo sin que me gusten los bichos.