
La primavera siempre fue mi estación favorita. Desde hace unos años la primavera anunciaba para mi el inicio de la temporada de grandes viajes.
Esta mañana, con té caliente de jengibre en mano, ojos cerrados y Gayatri Mantra sonando, intentaba liberarme de esa sensación opresora e inhabilitante. Me gustaría tomarla como un regalo, como la señal que viene a avisar de que hay trabajo por hacer y que ahora es el momento. Intentaré ponerme a ello.
Con la mente en calma y la respiración de nuevo sosegada han venido a mi recuerdos de la India, donde me hallaba hace 5 años por estas mismas fechas. Me he reencontrado con Auroville en mis pensamientos y he sentido las ganas de transportarme allí de nuevo con los conocimientos y vivencias que atesoro ahora mismo. Pues, visité Auroville, pero por aquel entonces solo entendí su superficie.
Me he sentido de nuevo dentro de su jungla, he escuchado el trino de los pájaros, el fluir del agua de las fuentes, la humedad pegajosa en la piel, el olor a incienso saliendo de sus altares. La paz de aquel lugar en forma de oasis espiritual en medio de un país densamente poblado.
He recordado el masaje ayurverda en aquella casa abierta, en medio de los árboles, mientras caía el sol. He evocado de nuevo el momento en el que en la tibia noche, té caliente en mano (de los que todavía no me gustaban), Johana (me sorprende recordar su nombre), una chica Holandesa nos contaba cómo había venido a India para pasar un mes en silencio en la Oneness University, una especie de universidad espiritual. Enumeró las experiencias que había vivido y lo milagros que había presenciado. Aquello me creaba curiosidad pero me sonaba completamente a chino, era algo aún ajeno a mi. Aún así, nos ofreció una bendición y nos dejamos bendecir. Ahora sé que aquello fue una bendición de Diksha, pero en aquel momento para mi fue un minuto de ojos cerrados en los que quise creerme que sentía algo.